Raúl pensaba que podría estar toda la vida mirándola, se quedó fascinado en cuánto la vio, nunca olvidaría el día en que ella llegó, con su pelo suelto, al viento, con sus ondas rebeldes moviéndose de un lado a otro, caminaba firme, decidida, y rápido, muy rápido, tanto que a Raúl a veces le parecía que levitaba, llevaba una camiseta de mil colores chillones, todos mezclados, colores vivos, alegres, que se unían unos con otros y formaban mil surcos distintos, una camiseta que al primer vistazo parecía iluminarlo todo, y al instante casi cegaba, pero que parecía gritarle al mundo, eh, ¡estoy aqui!, y surgía efecto, vaya si surgía efecto, él ya no podía dejar de mirarla...
Tenía la mirada más penetrante y sincera que había visto en su vida, si Raúl posaba fijamente la vista en sus ojos, casi podía sentir que conocía todos sus secretos, que podía observar hasta el fondo de su alma y envolverse junto a ella...
Y entonces la oyó reír, tenía una risa fuerte, que llamaba la atención y hacía que todo el mundo despertarse de sus pensamientos, y se les contagiara la risa, él se fijó un instante al verla reír, y se dio cuenta de que esa risa podía alegrar los días a todo el mundo, y él se impregno de su risa para siempre, quería conservarla siempre en sus oídos, quería guardar la imagen de ella riendo para siempre en sus ojos...
Él quería que siempre riera, porque cuando la observaba reír, él la veía como un faro de luz que lo iluminaba todo y que si estaba ahí nada malo podría volver a pasar, y de pronto perdido en sus pensamientos, sentía el desesperado impulsó de que siempre fuera feliz, de que siempre riera y de que su ropa, su risa y sus ojos iluminasen para siempre la ciudad...
Y así se fue dando cuenta de que haría cualquier cosa para que ella nunca dejase de sonreír, no le importaba ir al infierno si a cambio podía oír su risa el resto de sus días...
Podía estar toda la vida oyéndola reir, mirándola... y es por eso que como todo el mundo sabía, estaba total e incondicionalmente enamorado.