-Oli ¿Y tu a que edad perdiste la virginidad?
-A los 16, con mi novio de aquella época.
-Ohh ¿Y como fue?
-Un desastre,como todas las primeras veces supongo, fue bonita, pero fue un desastre. Ninguno de los dos parecíamos saber muy bien que teníamos que hacer o decir, así que terminamos improvisando con todos los resultados desastrosos que ello conlleva.
-(sonriendo) Bueno, casi todas las primeras veces son así al principio.
-Si. Seguro.
Sus amigas continuaron hablando y riendo, de otras supuestas primeras veces de ellas y de otras personas, pero Oli no escuchaba, su mente estaba ya muy lejos...
Deberían darme un premio, que bien me ha quedado siempre esa historia, casi puedo creérmelo y verme titubeando ante el momento con otro adolescente. Casi. Pero no puedo. Por muchas veces que repita esa mentira, por mucho que parezca convertirse en verdad. A mi no puedo engañarme. Solo yo se lo que pasó, ya solo quedo yo para recordar aquella historia.
La virginidad. Perdí la virginidad antes de saber lo que era perderla, demonios,antes incluso de saber que narices era la virginidad. Aquello solo era sangre. Algo que demostraba lo que mi mente ya intuía, que aquello que había sucedido no solo dolía, también era sucio. Pero no sabía que tenía un significado, no sabía que todas las mujeres del mundo hablaban de ello alguna vez.
¿Y como iba a saberlo? Solo era una niña. Una niña que fue entrenada para mentir sobre los golpes y los moratones. Pero una niña al fin y al cabo. Quizá después de tanto tiempo viviendo entre golpes debía haberme dado cuenta de que algo iba mal, pero no lo hice. El cambio fue tan despacio, tan sutil que no noté nada. No percibí que me miraba distinto, ni sospeché cuando su mano se quedó más tiempo en mi muslo del debido tras disculparse por pegarme de nuevo. Yo solo pensaba en el dolor que sentía tras las palizas. Mientras me recordaba que debía ahogar los sollozos y que tenía que intentar no enfurecerle de nuevo.
Por eso no entendí nada cuando abrió la puerta de mi habitación aquella noche, ¿Por qué me miraba cargado de odio? Había sido buena. Y él nunca me pegaba si yo era buena ¿No? Pero no venía a pegarme, no sabía a que venía pero desde luego no era a pegarme. Estaba cerrando la puerta y él nunca cerraba las puertas ni las ventanas cuando lo hacía, total, nadie venía nunca a salvarme.
Aún hoy me pregunto por qué lo hizo, quizá quería evitar que escapara. Pero... ¿Como podría? Aquella casa ya era una prisión, y él mi carcelero. Recuerdo como crujió el colchón cuando se subió a la cama. Aún hoy al acostarme cuando cruje el colchón bajo mi peso miro hacia los lados para asegurarme de que no está.
Aquella noche todo cambió. Yo no sabía que era aquello,pero si sabía que dolía y que otra forma de tortura había nacido. Años después lo supe y el que las cosas empezaran a tener sentido no cambió la realidad.
Mi realidad. Mi infierno. Un infierno que me acompañó incluso cuando me fui de aquella casa, nunca me ha abandonado. Se vino conmigo a su entierro. A ese entierro en el que no pude llorar por mi carcelero. Por primera vez no pude fingir delante de los demás...
-Oli, Oli... ¿Estás bien? Te estamos llamando desde hace rato...
¿Eh? Si, perdona. Estaba distraída.
No, no estoy bien, os he mentido. Me enseñaron a mentir y con el tiempo he perfeccionado la técnica. Sigo siendo una mentirosa y supongo que eso sigue dando muestras de que no soy una buena persona.
2 comentarios:
Me gusta cómo cuentas ese desfase entre el yo social y el yo íntimo, y bien creada esa atmósfera del horror
Gracias José Antonio, me alegro de que te guste.
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