sábado, 5 de agosto de 2017

IXTAB


Quizá era uno de los pocos lugares de su niñez en los que aún tenía un buen recuerdo. La playa Ixtab. Sus frondosas pinadas donde los turistas descansaban y se protegían del sol tras una jornada marítima. Las grandes dunas, donde el mar rompía sus olas meciéndolas en vaivén una y otra vez. El paraíso, decía su padre.

De niña para ella sólo era un nombre imposible de recordar. ¿Dónde veraneas? En Ixtab. Lograba pronunciar tras tres o cuatro intentos. Terminó por importarle poco el nombre y, cómo su padre, cuando se despedía de la ciudad hasta septiembre, decía que se iba al paraíso. ¿Eso era no? Días enteros jugando en la arena, haciendo castillos y fosos secretos. Entrando al mar con unos manguitos rosa chillón que su madre había encontrado adorables para ella. En definitiva días felices creando recuerdos de niñez tostándose bajo el sol- o bajo Lorenzo cómo su abuelo lo llamaba- cuando la vida parecía algo maravilloso que siempre sería así. Juegos, risas, familia y amigos. La mejor combinación.

Con el paso de los años, aquellas dunas recogieron muchas más cosas. El primer pitillo. Las primeras copas. Las primeras salidas nocturnas a recintos donde la playa quedaba en el olvido. Los primeros besos furtivos y las primeras lágrimas cuando la tinta azul de Romeo terminaba por desteñir mostrando su verdadero color.

También fue una época de aventuras. Aún recuerda las tardes investigando historias sobre aquel lugar. Cuando descubrieron por casualidad que Ixtab era la Diosa del suicidio en la mitología maya, esposa del Dios de la muerte, Chamer. Las leyendas contaban que aquel lugar fue rebautizado así por las esposas de los marineros que se ahorcaban en la pinada, esperando a que sus hombres volvieran de alta mar. Cuándo había tormenta y el mar se embravecía llovían los rumores de barcos hundidos, de marineros pereciendo en el océano. Y sus resignadas esposas y prometidas caminaban hasta allí con la esperanza de verlos regresar. Rogando para que todo fuera un mal sueño. Cuándo los días pasaban y nada cambiaba, sabían que sus hombres no volverían. Y con el paso de los días, los habitantes del lugar comenzaban a ver sus cuerpos colgados al vacío. 

Por eso bautizaron aquel lugar como la playa de Ixtab, en honor a aquellas parejas destrozadas por el mar bravío. En honor y memoria a aquellos amores tan fuertes que luchaban un pulso con la muerte dejándose vencer. Aún puede verse junto a sus amigas, imaginando historias e investigando en periódicos locales viejas historias, buscando resquicios de realidad en tanta leyenda. Puede parecer macabro, pero en aquella época en la que el desamor y los desengaños parecían lo peor que se podía vivir, buscar empatía y comprensión en otras historias parecía romántico, casi poético.

Quizá por eso había viajado hasta allí. Ahora lo comprendía. Sentada en las dunas mirando el mar, rememorando aquellos recuerdos, por fin lo entendía. Aquel lugar era el único sitio que la vida aún no le había mancillado con sus puñaladas. Y ahora, entrando en este mar, que parecía traer en sus olas ecos y lamentos del pasado. Se daba cuenta, aquel mar era el mejor lugar donde acabar. Así que siguió caminando, dejándose llevar. Hacia donde las olas la mecían, hacía esa línea del fondo del mar que se junta con el cielo. Hacia donde los cuerpos perecen, albergando en sus entrañas los cuerpos de otra vida destrozada. Regalando nuevas leyendas a Ixtab.


3 comentarios:

José Antonio del Pozo dijo...

Bello y triste relato, Lenika. Me gusta cómo vas desenvolviendo las frases, como otras tantas olas, como otras tantas dunas amargas de tu bello texto. Enhorabuena

Lenika dijo...

Muchas gracias José Antonio. Celebro que te haya gustado, un placer tus palabras viniendo de un escritor tan bueno como tú! Un abrazo

José Antonio del Pozo dijo...

gracias, Lenika